Por Martín Acevedo
El fondo marino en sus pupilas, aunque ellos no lo sepan, es un testimonio de las falacias que se instalan en el sentido común bajo la apariencia de tecnicismos económicos. No, la demanda no moldea la oferta; por el contrario, muchas veces el público no opta por la mediocridad y la vulgaridad, sino que está preso de ellas porque es lo único que, con insistencia, se le muestra.
Una misión de exploración del CONICET a 3.900 metros de profundidad muestra la fauna submarina de una zona casi inexplorada del Atlántico Sur, y miles de espectadores se quedan absortos ante las pantallas. La contemplación de la vida es un espectáculo que fascina y despierta la curiosidad. Cuando se puede elegir, cuando existe la posibilidad de escapar de la vulgaridad y el tedio de lo banal, muchas personas optan por esa alternativa.
Esta experiencia, además de rescatar la importancia de la inversión pública en investigación, valoriza el aporte social de los hombres y las mujeres de ciencia, quienes dedican su vida a generar conocimiento que constituye una de las verdaderas riquezas de una nación. Hacer ciencia es también contribuir de forma activa a la construcción de la soberanía.
Desde luego, para pasar de la anécdota puntual que hoy tratamos a una realidad habitual, se necesita la voluntad de una clase dirigente que garantice el acceso a contenidos valiosos y que proteja el derecho a la curiosidad de los niños —y de los adultos—. Necesitamos líderes que no veneren al mercado ni confundan el consumo con libertad. La oferta educa, y solo ellos pueden moldearla. Su responsabilidad es indelegable.
El empobrecimiento simbólico al que nuestras sociedades son sometidas responde a una lógica neoliberal que tiende a homogeneizar bajo la premisa de asegurar rentabilidad. Por esto, y porque no somos meras mercaderías, la cultura, la ciencia y la educación no pueden estar sometidas a las reglas del intercambio. Reglas que, por cierto, son impuestas; no se trata de fenómenos naturales, como nos quieren hacer creer.
El mundo del conocimiento reviste de un valor estratégico, tanto para el desarrollo independiente de un país como para la formación de ciudadanos críticos. Habría que preguntarse si estos son objetivos en la hoja de ruta del modelo actual. ¿Trabajan en pos del desarrollo soberano de Argentina?
Por otra parte, como ya lo señalamos en ocasiones anteriores, la oferta cultural masiva no es inocente ni producto del azar: se debe a una estrategia deliberada. Alguien decidió lo que las grillas televisivas ofrecían, y detrás del algoritmo de las redes sociales también hay una persona, aunque nos quieran hacer creer que se trata de una entelequia. Siempre hay una voluntad humana detrás de lo que nos llega como una alternativa a consumir. Todo se fragua para que los individuos se vean abrumados entre miles de opciones que no dejan de ser la misma tontería en distintas presentaciones.
En este tiempo de monótona estupidez y vulgaridad, las imágenes del cañón submarino Mar del Plata irrumpen para espabilarnos. Para decirnos que aún los chicos sienten el anhelo por descubrir nuevos mundos —que están acá, junto al nuestro— y que los científicos, hombres y mujeres impulsados por el deseo de saber, también pueden ser referentes populares. Si somos un poco optimistas, podríamos afirmar que el interés por la ciencia es algo que nos moviliza como sociedad.
El fondo del mar no es solo un paisaje desconocido: es la representación de lo que permanece oculto, de lo que no se muestra porque no se vende, pero que, cuando se revela, transforma. La fascinación ante lo desconocido no es excepción; es evidencia de que el deseo existe, aunque haya sido silenciado por la repetición de banalidades.